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1 de marzo de 2020    Post #3062
Disrupción, sesgos y perseverancia

La disrupción nos pone frente al dilema que el cambio es lo único permanente e implica asumir que nuestras habilidades profesionales deben fluir al ritmo de estos cambios liderándolos.

Todos tenemos un sesgo bajo el brazo. Tal vez el autoconvencimiento sobre que nuestra idea es genial (cuando no lo es) es el más difícil de eludir. El escritor, analista financiero e investigador Nassim Nicholas Taleb (escritor del reconocido libro El Cisne Negro entre otros ensayos) afirma que es uno de los sesgos que solemos tener con mayor arraigo ya que darnos cuenta que nuestra idea no es buena, tiene una cuota muy grande de dolor psicológico y preferimos embarcarnos en llevar adelante la idea enfocándonos en los casos que confirman nuestra visión del mundo. Volvemos al pasado y buscamos aquello -y sólo aquello- que nos conviene para construir un relato del presente y así todo cuadra soportado por «datos» que confirmen la idea.

Al desarrollar ideas o proyectos, muchas veces confundimos tozudez con perseverancia. Son dos cosas distintas. La perseverancia alimenta, enriquece y mejora una idea con base a la opinión de otras personas, se nutre de información (no sólo de datos) y avanza gracias a la prueba/error/prueba/ observación y realización que permite que la idea siga adelante enriquecida o se descarte. Cuando una idea llega al éxito por pura tozudez, en realidad lo hace con la misma posibilidad de éxito que se puede tener al tirar una moneda al aire luego de haber elegido una de sus dos caras y es más azar que otra cosa. La perseverancia también tiene la misma dosis de azar que la tozudez pero la diferencia está en el camino recorrido, en la dinámica que permite darse cuanta si la idea es buena o mala. Con la tozudez todo depende del azar y la voluntad épica, con la perseverancia, el azar cumple su rol pero está en relación con la reflexión dinámica que enriquece el proceso. Para simplificar al extremo: el perseverante, escucha, reflexiona y avanza, el tozudo, no escucha, tal vez simule reflexionar y avanza aunque ambos tienen la misma dosis de suerte al menos en el inicio.

«Nos concentramos demasiado en lo que conocemos e ignoramos lo que no conocemos, lo cual nos hace confiar demasiado en nuestras creencias». Daniel Kahneman


Steve Jobs tal vez fue más perseverante que tozudo al lanzar el iPod y luego el iPhone. Estos hitos históricos marcan un punto de reflexión sobre cómo puede reaccionar el usuario ante un producto que nunca vio ni usó o del que no tiene una referencia anterior de comparación. Si le mostramos a los usuarios un producto que nunca vieron ni usaron pero al mismo tiempo desean tener (aunque aún no lo tengan verbalizado) y por ende es empático con ese deseo, la conexión es directa con ellos. La empatía es amiga de la perseverancia por que el combustible de la intuición es el más poderoso del mundo y el que nos lleva a realizar imposibles. Es importante asumir también que por cada Steve Jobs no sabemos cuantos, con la misma visión, quedaron en el camino sin pena ni gloria y también es importante entender que esa es la tasa, altísima, de mortalidad económica «natural» de la innovación disruptiva.

En el extraordinario libro, Pensar rápido, pensar lento, del Premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman, nos pone ante el dilema de por qué es más fácil reconocer los errores ajenos que los propios, a enfrentarnos a la encrusijada de lo racional y lo inteligente, de distinguir lo tozudo de lo perseverante y de asumir que sobrevaloramos nuestras creencias (como lo demuestra este mismo artículo).

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