Desde que nació la palabra diseño (disegno, se utilizaba en la arquitectura italiana durante el Renacimiento) la evolución del significado real de la palabra no se detuvo por más que en el acumulado del tiempo sean siglos lo que han pasado y no nos parezca que haya sido tanto el tiempo transcurrido. En este devenir, la evolución ha sido dramática y estimulante al mismo tiempo y en donde el aprender / desaprender ha sido parte de la tarea que nos hemos encomendado para hacer evolucionar al diseño en direcciones inimaginables.
Las revoluciones industriales y las tecnologías que están asociadas, fueron colocando al diseño en la primera fila entre el boceto y la fabricación podríamos decir directa. De la idea al prototipo cada vez hay menos distancia. Hay un pensamiento de diseño y una heurística que crece a medida que el propio pensamiento crea (o halla o encuentra) un conocimiento dinámico y disruptivo. Incluso la mayoría de las veces, dada esta dinámica, este pensamiento de diseño se aplica a la resolución de problemas abstractos, poco visuales e incluso usando herramientas distantes del tradicional boceto. Los Post-its se convirtieron, por algún sorpresivo isomorfismo, en una herramienta casi imprescindible para el desarrollo de proyectos. Menos, siempre es, fue y será más.
La visualidad de estos tiempos implica por otro lado, centrar el diseño en sí mismo cada vez más en las personas y este abordaje implica saber (para intentar cambiarlo) que la homogeneización visual cotidiana, provoca que se validen diseños que no lo son y se cree una falsa experiencia en relación al diseño. Al mismo tiempo tal vez veamos hoy que existe en el proceso de diseño asociado a la planeación, al trabajo de relacionar elementos para lograr soluciones adecuadas, una inexorable unión multidisciplinar entre tecnología, diseño, mercadeo, contenidos, psicología y arte e implique asumir que Paul Rand tenía razón, el diseño es todo, todo.