Cuando me asomo cada día al entorno mediático y cultural de estos días, veo que el biorritmo parece ser tan previsible, tan mecánico y tan rutinario que uno debe, en realidad, aprender a desaprender cada día. La primera lección a desaprender tal vez es que no hay que darle muchas vueltas al hacer algo que nos gusta, éstas se hacen por qué sí, sin mucho más argumento. Como cuando uno era niño, no se preguntaba por qué jugar, jugaba con quién sea, se divertía y aprehendía (con hache de asir) de paso en el proceso. ¿La genuina sensación de libertad? Por qué no.
Pero además de honrar esa sensación, la de la libertad de hacer lo que a uno le gusta, la posibilidad de compartir conocimientos, ideas, contradecirlas, caer en incoherencias, aprehender y desaprender y sin importar demasiado si del otro lado hay alguien que le interesa o no, es un valor enorme que subyace con fuerza (por más que nuestro Google Analitycs nos muestra que sí hay mucha más gente de la que uno creía que le interesaba). Esta mezcla de valentía, egoísmo e incertidumbre son el gran motor que impulsan cada semana a este blog. Desde niño siempre he reaccionado a los no se puede hacer con los ¿Por qué no podemos hacerlo? Hoy sería ¿Por qué no hacer un blog de texto en la era de la visualidad? Si nos vamos a perder en ese bioritmo previsible y monótono ¿Por qué no hacerlo con algo que a uno le cuadre y sienta bien?, ¿Por qué no hacer aquello que uno cree que debe hacer? Al fin de cuentas la libertad que no se usa, se puede terminar perdiendo.