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13 de octubre de 2016    Post #1366
Innovación, de qué estamos hablando

Suele ser una de esas palabras a las que se la invoca más por seguir una superstición (cuando no por desesperación) que por una convicción firme y profunda nacida de un aprendizaje desde lo práctico o incluso desde el error.

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En un mundo que se introduce cada vez más en el concepto VUCA -sigla en inglés- (volátil, incierto, complejo y ambiguo) la innnovación y el conocimiento (hoy más conocido como Big data) se potencian con agilidad y flexibilidad para evolucionar con los cambios que tienen una velocidad proporcional y exponencial a la disrupción de los tiempos.

Pero para innovar primero hay que aprender. La cultura en general lo que menos proporciona es un saber para aprender. En realidad proporciona todo lo contrario: se inculca una noción de aprendizaje finito, repetitivo con base en la copia, la memorización por compartimentos estancos, sin unir los puntos de una línea que lleva de una idea a las personas, de allí a las necesidades y de allí a la solución concreta y que, después de andar el camino, nos deja al desnudo una verdad a puños: el aprendizaje no termina nunca. Se puede intuir cuando empieza, pero es difícil lograr ver el último recodo de ese largo camino. En la economía de la atención y del trabajo, pero sin empleos, la innovación, la creatividad, el diseño, la comunicación tienen una oportunidad inmensa de desarrollo.

El problema radica en que los mensajes, incluso aquellos que intentan fomentar la innovación y la creatividad, son confusos tanto por su candidez como por su enfoque errado. El primer candor / error es que la innovación no se aprende y que es una especie de superstición algo oscura y vaporosa. Para innovar hay que primero sudar y mucho, luego aprender de los propios errores y aciertos ajenos y luego ver si tal vez llegan las musas. ¿Alguién recuerda haber visto a Steve Jobs o a Pablo Picasso esperando que llegue la inspiración junto con las pizzas del envío a domicilio para cambiar el mundo? Además innovar no es gratis, tiene costos. El primero es uno mismo: sabemos que todos queremos que las cosas cambien pero no que las cosas nos cambien a nosotros. Un viejo amigo alemán y filósofo, Arthur Schopenhauer lo resume en forma brillante: «Todo el mundo toma a los límites de su propia visión como los límites del mundo».

Ningún cambio significativo en la sociedad se realizó pidiendo permiso y todo parece imposible hasta que se concreta si se piensa a la innovación como una oportunidad de potenciar una visión holística del producto y se establecen pasos/horizontes de forma incremental para avanzar. Nada es fácil, mucho menos cambiar inercias y pequeñas creencias, como por ejemplo, que no se puede aprender algo nuevo.

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