La red de redes y la constante colisión con un mundo poco dispuesto a la diversidad y los valores universales. Seguridad y libertad, la falsa dicotomía. Aturdidos por la censura que lleva a la autocensura.
En la era, para lo bueno y lo malo, de la información permanente y de las hiperconexiones en tiempo real, la censura navega entre el silencio efectivo y que al mismo tiempo se convierte en algunos casos en relativo por cuenta y orden de la masificación digital de esa voz. de esa mirada ya censurada que puede recurrir a las numerosas formas de publicación en línea para eludir la censura y potenciarse. De todos modos la censura tiene un objetivo de mayor alcance y es llevar a la autocensura al resto de una comunidad. La censura hace más daño silenciando voces a futuro que en el propio acto de censurar una sola voz. Lo curioso del enredo peligroso al que nos lleva la censura y la autocensura es que la justificación del estado de las cosas es una calle sin salida. Una dicotomía entre libertad y seguridad es de por sí un camino que termina siempre con más restricciones a la libertad, potenciando las «amenazas» que se pretenden «combatir» y allí empieza un espiral donde siempre en aras de la seguridad se sacrifica la libertad y así al infinito y más allá, por que siempre habrá una amenaza mayor ficticia o real. Da igual. Y este estado de las cosas parece ser general. De Argentina a Estambul. Sólo por dar puntos cardinales al azar.
El arte está en las calles. Desde hace rato. En el límite entre el espacio público y el privado. Entre la tensión por la sobredosis de información diaria y el impacto de lo disruptivo. Arte al final de cuentas. Arte que algún día atacará y que tal vez nadie resista su asalto dándole, de paso, vida y respuesta a la pregunta que dejó escrita en la poesía eterna Luis Alberto Spinetta. Y hay una lógica extraña en los últimos tiempos. Aquella que pretende o cree que puede cubrir, callar u ocultar con el manto de la censura, cualquier voz discordante, toda mirada diferente que señale aquello que incomoda o que no se quiere que se conozca. Nada nuevo en la aldea global. En todo caso, lo curioso es la presunción y la arrogancia de creer que se puede pretender el silencio absoluto, el exilio de las ideas sin costo alguno. Por más matices que pueda haber en lo cultural, político y económico entre países o regiones del planeta, la censura se convierte en noticia y es difícil detenerla, ocultarla. Censurar la noticia de la censura, es casi imposible. Allí subyase una paradoja. Una herramienta de uso universal parece descolocar a un mundo que demuestra no estar preparado para admitir o asimilar conceptos universales. El genial, provocador necesario e impredecible artista, de origen británico, Banksy, al igual que muchos otros menos conocidos, no fue la excepción ni la regla. Es el estado de las cosas por más que Google haya intervenido para dejarlo registrado en formato digital.
Mural de Banksy retirado de una pared del barrio Knightsbridge, frente la embajada de Francia.