
En general al momento de un posible desarrollo de un proyecto de diseño, se mira con mucha atención y con lupa el costo monetario y financiero del proyecto, rediseño o desarrollo del mismo, ya sea editorial, de branding o de cualquiera de las ramas del diseño. No está nada mal hacerlo por supuesto, pero pocas veces o casi nunca se mira con la misma intensidad y precisión el costo de no hacer lo que desde una evaluación técnica indica que hay que hacer. El no hacer nada es hacer algo que tiene costos y que en general, terminan siendo muy o cada vez más altos en el largo plazo. La inacción se paga de manera invisible y el largo plazo finalmente llega.
En lo aparente no está el valor más importante del diseño, sino en aquello que resuelve, en lo que permite comunicar y en aquello que hace que algo funcione. Entendiendo en este caso al diseño más allá de lo proyectual o formal, sino como un componente estratégico incluso en un plan de negocios que evoluciona, empujado por el mercado, de su «diseño» original hacia otra cosa, por ejemplo: WhatsApp, que pasó de la mensajería instantánea a ser una verdadera red social, como comentamos hace tiempo en este blog.

El diseño es un proceso circular que puede ser ordenado e incluso desordenado (en realidad casi siempre lo es) dada la velocidad de los tiempos y de los cambios profundos y disruptivos que irrumpen en devenir de un proyecto y en un mundo introducido de lleno en el concepto VUCA -sigla en inglés- (volátil, incierto, complejo y ambiguo) donde la innovación y la información (hoy más conocido como Big data) se potencian. Ante ésta dinámica, la inacción es el costo más alto, siempre oculto, que se termina pagando. Hablamos de inacción, del no hacer, un no hacer esperando que alguna condición de mercado cambie o subestimando lo que puede estar ocurriendo incluso delante de sus propios ojos, como Arthur Schopenhauer lo resumió en forma brillante: «Todo el mundo toma a los límites de su propia visión como los límites del mundo».