Si hablamos de tipografías, comparar está lejos de ser pecaminoso. Recurso que ayuda a cultivar el buen ojo para usar la tipografía lejos de las antinomias que no nutren o en base a sólo el gusto o no gusto personal.
La sutileza del diseño tipográfico se aprecia en sus detalles. Y más aún cuando se comparan tipos que al ojo del no experto pueden pasar desapercibidos. Delicadezas que ponen en primer plano – además de la sutil mano del tipógrafo – diferentes posibilidades de uso, estilo, rendimiento e impacto. Por nombrar algunas en inventario fugaz. Estas comparaciones realizadas en otras cosas pueden ser odiosas, al tratarse de fuentes tipográficas resulta todo lo contrario. La utilidad de éstas comapraciones tiene poca discusión. Son vitales. Tanto para determinar si la altura de una minúscula (altura de caja de x) es la adecuada para la cadencia de lectura, contraste y gris de texto que queremos lograr o para mirar con atención las diferentes alturas de los caracteres de las familias tipográficas que queremos combinar.
Si cada mujer es un vino, cada tipografía es una voz. Siempre (o casi siempre) que encuentro una fuente nueva pienso en que voz tendría. ¿La ronca y arenosa voz de Tom Waits?, ¿La delicada, dulce y cristalina de Mercedes Sosa?, ¿La voz gastada de Peter Gabriel?, ¿O la desafinada y potente de Fito Páez?. La música, aliada inseparable en estas incursiones vitales. Después de todo hay una voz interna que leerá y le dará vida al texto. La tipografía, nexo invisible. Voz silente en lo evidente de sus formas y contraformas. Mística pura.