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15 de noviembre de 2015    Post #465
Aquellas tapas

Recuerdos donde la música y el diseño se cruzaban sin saber que puente construían hacia el futuro. Magia de un arte misterioso. Alquímia de la memoria visual. Bifurcacones infinitas de imágenes disparadas por melodías interminables. Me encanta la música. Es una sinuosa línea infinita. Desde la estación del rock británico con Jimy Hendrix, Pink Floyd, […]

Recuerdos donde la música y el diseño se cruzaban sin saber que puente construían hacia el futuro. Magia de un arte misterioso. Alquímia de la memoria visual. Bifurcacones infinitas de imágenes disparadas por melodías interminables.


Me encanta la música. Es una sinuosa línea infinita. Desde la estación del rock británico con Jimy Hendrix, Pink Floyd, Radiohead entre una larga lista de grupos, pasando por Atahualpa Yupanqui esa voz áspera del folklore argentino más austero, el tango astronómico de Pizzolla, la musicalidad caribeña de X Alfonso, la voz alterna y radiante de Manu Chao, la indestructible poesía del Flaco Spinetta y otra larga lista de grupos argentos, hasta la siempre amplia sala del Jazz en todos los colores y estilos. Leonard Cohen y la ácida y arenosa voz de Tom Waits, ambos eternos, infaltables en mi dieta musical nutritiva. Sin dejar de lado el reagge, la bachata, la bossa nova, la chacarera o la cumbia colombiana. Lo bueno de la música es que no tiene límites. Es parte de una emoción. De un instante. Es aire. Un sexto elemento. Y es sin duda un lenguaje subversivo: cambia el tiempo y el espacio transformándolo en un círculo infinito de imágenes que se disparan con los acordes. A más música, más imágenes.

Y a la música también la tengo asociada a momentos visuales indestructibles cuando me quedaba horas interminables en las bateas del viejo Tower Records del bajo Belgrano viendo portadas de discos importados imposibles de comprar. Me atraía, además del olor inconfundible de ese local, la fuerza del diseño de las portadas de grupos o músicos que desconocía y que aún hoy no se quienes eran o de otros que descubrí años después (debería haber escrito, años luz después pero da igual). No importaba desconocer la parte musical. No era lo importante. Para mi era intentar descubrir un arte secreto. Un misterio de como hacían esas tapas (en mi barrio le decíamos tapas de discos) y como hacían para hacer eso que tenía en mis manos y me transportaba y unía esas tapas con las planchas de Letraset (el nombre lo descubrí años después) que tenía un tío mío en su agencia de publicidad de Rosario cuando lo íbamos a visitar en verano. Esas letras adhesivas y negras, enormes o pequeñas da igual, eran un talismán al que no podía resistirme y siempre pedía que me regalaran una plancha para hacer mis tapas. Bueno, varias veces algunas de esas planchas se vinieron conmigo sin pedirlas.

En aquel tiempo no había celulares con cámaras. Sino, no hubiera habido capacidad suficiente para almacenar las toneladas de fotos de tapas de discos que hubiera sacado. Mis ojos eran, son, una esponja y era, es, a lo único que podía recurrir en aquel tiempo para intentar almacenarlas en la memoria visual que nos viene instalada en la banda ancha con la que venimos de fábrica. Tal vez sea una superstición engañosa (bueno, no sería tal si no tuviera esa capacidad de confundirnos) pero hoy ante la inevitable imposición de que todo este al alcance de la mano y de tener ese dudoso sabor a que todo tiene el gusto de lo ya visto en la interminable cadena de la reversión de la idea de la idea, ante estas dos aristas de la vida digital, ni buenas ni malas, simplemente es; prefiero pensar en no descubrir nunca ese arte. Que aquél misterio siga intacto de todo descubrimiento. Ante la anodina abundancia tal vez la escasez convoque a la sorpresa. A esa que me llevaba una y otra vez hacia aquel local del bajo Belgrado a llenar horas de memoria visual y repetir el círculo virtuoso del no saber como habrán hecho esas tapas, de seguir en el intento tenaz de encontrar en esa búsqueda algo que aún no se y que no quiero saber, por que de algun modo en ese devenir, estaré siguiendo a esa línea sinuosa, impredecible e infinita llamada música.

No se si los ejemplos que muestro a continuación son de discos de vinilo o de tapas de CD (ambas reliquias arqueológicas de la cultura de masas) pero tiemen ese no se qué, que me lleva a decir, como habrán hecho esas tapas.

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