Superposición de sensaciones. El futuro entre las predicciones, las adivinanzas y algunas señales (verbales) de lo que podría llegar a venir. A veces se hace difícil separar las predicciones, de las adivinanzas.
Siempre se me antoja pensar que el inicio de un año (cualquiera) es en realidad un pasadizo entre un momento fugaz que pasa siempre en el pasado y otro que comienza a pasar mientras empieza a terminar. Es agua de río – que nunca es el mismo – viene, pasa y se va. Todo en un mismo tiempo lineal que tal vez no sea parte de este espacio terrenal. Una mano anónima colmada de lucidez poética escribió: somos instantes. Al leer la frase en la pared, sentí que alguien en la distancia del silencio puso en palabras un pensamiento que no había podido expresar antes con síntesis y claridad.
Y gracias a lo aleatorio del tiempo estoy convencido de la precariedad brutal de todo calendario (digital o impreso). No están pensados para poder contener lo imprevisible que siempre modifica en forma sustancial el devenir de una idea, proyecto o planificación. No es que no use los calendarios, todo lo contrario, sólo marco una característica limitante de su función de ordenar y no desordenar. Un suceso inesperado descalabra todo y hay que barajar y dar de nuevo.
Me puse a pensar en la aleatoriedad del tiempo mirando algunos contenidos que intentan predecir (mejor escrito intentan adivinar; no es lo mismo) el futuro. Una especie de oráculo en plan biorritmico que aparece al inicio de cada año junto a horóscopos de toda estirpe. Algunas de esas supersticiones sobre el futuro son de calado. The Economist siempre se apunta. Da la impresión que la selección de temas (al menos en base a las ediciones de otros años) parecen lograr su significación en función de por ejemplo, la fecha de la publicación o en relación a los acontecimientos ya tratados en las ediciones del año anterior de la revista The Economist. Sería bueno incorporar algún índice de posibilidad de error (Taleb, dixit) ante la incertidumbre presente en todo momento histórico. Tratándose de la revista The Economist hasta sería esperable algún índice al respecto.
Al mismo tiempo y gracias a esa maraña de enlaces e información que nos llega, casi siempre sin que la busquemos, me tope con una serie de micro monólogos en éste enlace publicado en el portal El País (España). Volví a pensar en la aleatoriedad del tiempo. Tanta gente convocada para hablar del futuro. Significando la innovación usando el vídeo que promete ser/es el gran motor de los contenidos digitales en el 2016 (Will online video be the salvation of journalism?). Tamaña congregación de personalidades despertó mi curiosidad. Confieso que desde el minuto 03:36 hasta el final en el minuto 05:43 del vídeo de Nicholas Negroponte, Fundador del MIT de los Estados Unidos, sentí cierta sensación finisecular en el cuerpo. Algo había pasado demasiado rápido. Muy rápido. Demasiado para el inicio del 2016. Eran/son sólo palabras sobre un devenir que siempre se puede volver a remoldear ante los imprevistos de la innovación o la historia. No había/hay mucha demostración contreta de nada (por aquello del Show me, don’t tell me) y creo que sentí aquella sensación – de un fin de siglo que parece no terminar o no empezar- por que también recordé la idea de serendipia (buscar algo pero se termina por descubrir otra cosa distinta). Tal vez buscando entender algo del presente, terminé descubriéndome desarropado ante el futuro que se describe. Creo que me dio pavor.