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24 de noviembre de 2016    Post #1546
El problema de la hegemonía informativa

La centralidad informativa y las redes sociales. La hegemonía de la autoreferencialidad y los cambios en el paradigma comunicacional que consagran, con la natulalización, a las noticias falsas y a la manipulación.

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Cada cambio que provoca la tecnología tiene un impacto neto tremendo en la sociedad ya que reconfigura desde procesos productivos y creativos hasta el entorno económico y cultural. Se inventó la rueda y no sólo cambiaron las posibilidades de transportación de objetos sino que se redefinieron la velocidad en que se recorría un camino y como se podía conquistar nuevas tierras y todo lo que tenía como consecuencia esa conquista. Y así con cualquier cambio tecnológico de la índole que sea: los cambios que provoca la tecnología no se limitan a la función primaria por la cual fue creada, sino que, por el contrario, tiene un efecto de piezas de dominó cayendo una sobre la otra. Pero la tecnología no es, en si misma, la culpable de los efectos no deseados por el mal uso o uso inadecuado de una determinada tecnología. La rueda no es la culpable de los accidentes de tránsito.

La masificación de la red de redes fue, es y será un avance inmenso al crear un enorme valor económico y cultural derribando barreras informativas y culturales, expandiendo al infinito el acceso a la información y cambiando para siempre los paradigmas de la comunicación a todo nivel. Un día se abrío una propaladora imparable a bordo de un clima de época que le dio oxígeno y el mundo cambió una vez más. Las derivados de esta masificación, como pueden ser por ejemplo las redes sociales, amplificaron el efecto de la abundancia de la colaboración en línea, del intercambio de contenidos, de la publicación sin mediación mediática tradicional y de la participación de las audiencias en el proceso comunicacional. Todos participábamos/participamos de algún modo en ese proceso de creación abundante y global. Ahora y luego de varios años de experiencia colectiva acumulada vemos algunos efectos provocados por aquella masificación de internet y que, al igual que el ejemplo de la rueda, la red de redes no es la culpable de esos efectos que de colaterales tienen poco y de centrales todo.

Uno de esos efectos, no deseados, es la proliferación de noticias falsas, sesgadas y manipuladas que se distribuyen por las redes sociales y que logran tener una aceptación, distribución e incluso relevancia social mayor a las que, paradójicamente, tienen los contenidos verdaderos y de elaboración periodística de calidad y profesionalismo. Siendo justos, siempre hubo ese tipo de noticias antes de la era digital, sobran ejemplos históricos, pero a diferencia de esta etapa de la comunicación el periodismo y los medios en general tenían una alta valoración cultural, mantenían una influencia relativa importante, sobre todo una alta credibilidad y lo más importante no había una hegemonía informativa y si había un escenario comunicacional en el cual se desarrollaba el trabajo de informar y (con el menor romanticismo posible) ese escenario era el de tener el rol de aspirar a crear un espíritu crítico al informar a los ciudadanos sobre los temas de interés o debate público. Había contrastes. Había más voces calificadas, más profundidad y una mayor distancia de los poderes. Hoy el escenario es muy diferente. Pueden mantenerse muchas de estas características pero la credibilidad y la valoración cultural de los medios, está en niveles bajos y la distancia con el poder se acortó a mínimos o no existen. No es la idea vivir reinvindicando al espejo retrovisor o añorar la nostalgia de tiempos idos sino por el contrario asumir el reto de este tiempo fragmentado y disruptivo para proyectarse siempre hacia el futuro.

Tiempo atrás la centralidad informativa la ocupaban los medios tradicionales. Hoy la centralidad está dada por la hegemonía que ocupan las redes sociales, mejor escrito, por la centralidad concéntrica (si se me permite el juego de palabras) que ocupa Facebook. Que dejó de ser una red social y que muy a pesar de sus fundadores se está convirtiendo o es otra cosa. Algunos ya señalan a Facebook como el medio de comunicación más grande del mundo. Esta hegemonía se acrecienta cuando no hay otra red social que compita, en ingualdd de prestaciones, con Facebook, se acrecienta más aún por la naturalización con la que tomamos a esta red en nuestra vida digital y se vuelve monolítica cuando observamos que la centralidad se proyecta al infinito cuando los algoritmos y los círculos de afinidad en las redes sociales van reduciendo el espacio del disenso a límites cada vez más barriales y nuestras ideas y relatos se van construyendo con base en todo aquello que las refuercen. En algún punto siempre ha sido así antes de la era de los algoritmos, sobre todo para sentir que siempre tenemos razón. La diferencia en estos días, radica en que los algoritmos digitales le han dado una dimensión que no conocíamos y han masificado y legitimado esa autoreferencialidad y en algún punto la intolerancia ha tenido un nuevo auge gracias a esta especie de encierro comarcal que no es producto de la era digital sino, en todo caso, un reflejo o síntoma de estos tiempos con o sin revolución digital de por medio. Desarrollar el espíritu crítico necesita de un pequeño gran esfuerzo: el individual y este espíritu o su ausencia, define nuestra forma de pensar y de ver el mundo.

 

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