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22 de mayo de 2016    Post #714
La disculpa generacional

[ COLUMNISTA INVITADO ] El periodista español Paco Gómez Nadal y una crítica directa e inteligente a los tantos por qué de la crisis de los diarios impresos y haciendo foco en uno de los puntos menos explorados: la responsabilidad del emisor / diarios en medio de los cambios que sacuden a la prensa en todo […]

[ COLUMNISTA INVITADO ] El periodista español Paco Gómez Nadal y una crítica directa e inteligente a los tantos por qué de la crisis de los diarios impresos y haciendo foco en uno de los puntos menos explorados: la responsabilidad del emisor / diarios en medio de los cambios que sacuden a la prensa en todo el mundo.


Son estas generaciones… que no quieren leer, que se aferran al lenguaje f-r-a-g-m-e-n-t-a-d-o de las redes sociales o las aplicaciones de contacto inmediato en una especie de patología afectada por la inmediatez y la estupidez. Y si la culpa no es de estas generaciones que no se dejan comprender, entonces será asunto de la dichosa tecnología… que ya el papel no gusta, que es muy engorroso y muy caro… mucho mejor apostar por los dispositivos electrónicos o, con un poco de paciencia, por los hologramas en los que sabremos de nuestra realidad en breve.

Lo cierto es que, a la hora de analizar por qué los periódicos están desapareciendo en la neblina contemporánea, la culpa siempre es del canal o del receptor… jamás del emisor, menos aún de los contenidos. Yo ando, sin embargo, en otras cuitas. Paso de la preocupación al escándalo cuando miro con detalle los medios impresos y veo cómo están botando alegremente su patrimonio de credibilidad en tiempos en los que, quizá, hacen más falta que nunca.

No nos compran y/o no nos leen… ¿será porque han cambiado las formas de ‘consumo’ mediático o porque hemos convertido a los medios en un asunto básicamente de ‘consumo’? Los periódicos son fábricas de contenidos y uno elige producirlos low cost o apostar por el hand made. Cada medio decide si instala el método chino (periodistas en régimen de servidumbre para medios serviles) o el sistema en el que se respeta a los trabajadores, a los lectores y a ese bien común que manejamos: la información. En realidad, estoy convencido de que el soporte (papel, digital, humo o tablillas de piedra) da igual: lo importante es si el contenido es necesario para el lector, si aporta algo a su vida, si le ayuda a entender el mundo en el que vive (tarea titánica), si le hace más inteligente en su entorno…

Ignacio Escolar, director de ElDiario.es, daba en la clave cuando explicaba en una charla que el problema de los periódicos tradicionales (por el tiempo en el ‘mercado’) es que han convertido a su lector-cliente en su producto-lector. Es decir, lo que venden algunos periódicos a sus fuentes de financiación (que no tiene por qué ser publicitarias) es a sus propios lectores, la capacidad de influir sobre ellos política, cultural o socialmente. No es nuevo el paradigma en el que los medios son máquinas de manipulación o propaganda. Lo que sí parece nuevo es la extensión del fenómeno a casi todos los diarios, incluidos aquellos que considerábamos serios.

El contenido pierde calidad e independencia y una suerte de desafección se instala en el lector (que se hace el tonto pero no lo es). Y el contenido pierde calidad y credibilidad por dos razones. Una es la apuntada por Escolar. La otra tiene que ver con la precarización del trabajo de los periodistas. Los que más experiencia acumulan son despedidos porque cuestan ‘mucho’. Y a los jóvenes que copan muchos espacios mediáticos –que llegan con graves carencias culturales e intelectuales- se les precariza en lo laboral (salarios, derechos), se les exige una producción medida en cantidad y no en calidad, y aprenden a (re) llenar espacios antes que a trascender. No ayuda, es cierto, el ritmo y la baja calidad en la producción de contenidos que ha impuesto la televisión. Tampoco, la confusión entre periodismo digital (cambia el canal y algunos métodos, pero es periodismo) y comunicación digital (desde el blog cualificado hasta el libelo a lomo de bits).

Hace unos días, aprovechando su 40 aniversario, le preguntaban al actual director de El País (Antonio Caño) si se atrevería a asegurar que el diario español aún saldría en papel en 10 años. No quiso poner la mano en el fuego, aunque sí se comprometió a que la marca existiría. No estaría yo tan seguro. El País es uno de esos ejemplos de libro de una marca que dilapida su credibilidad partiendo de una cierta soberbia de mercado. Son muchos otros los que están en esa posición.  Creo en los periódicos en papel, y en los periódicos digitales. Las redacciones con diferentes canales sólo las veo posibles cuando el relevo generacional permita superar los imaginarios sobre soportes nobles y soportes menos nobles. Pero, ante todo, creo en la supervivencia y en el nacimiento de diarios de calidad que serán respetados y buscados por un público quizá minoritario pero suficiente.

El papel morirá cuando no sea diferencial. Y ya deja de serlo como canal ahora que la mayoría de nuestras poblaciones están soldadas a un dispositivo móvil. Por tanto, el valor agregado deberá buscarse en el contenido, no en el continente.
¿Se imaginan un medio impreso que deje de contar el pasado para ayudarnos a entender el presente? ¿Comprarían un medio que le explique los procesos y que no se limite a hacer un inventario de sucesos? ¿Les interesaría dedicar un buen rato de lectura a periódico que le ayude a manejarse en este mundo líquido en el que (sobre) vivimos? ¿No creen que haya lectores para un periódico con firmas de calidad, textos cuidados, fotos de altura y gráficas complejas? Diría que sí… el problema es que hacer ese medio cuesta dinero y cuando todo es consumo y beneficios, siempre se recorta de eso que antes se llamaba inversión y que ahora se denomina gasto.

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